La odisea de buscar piso

sábado, 8 de mayo de 2010
Pamplona, 53 horas por delante. Mi meta, encontrar un sitio donde caerme muerto los próximos 4 años (o bueno, por lo menos unos meses). Mi apoyo para esta misión, unos cuantos mapas de diferentes zonas de Pamplona con los que poder moverme con la mayor rapidez posible por allí, y una barra de fuet.
7 citas concertadas, 2 por concretar (una no fue conseguida), 2 que improvisé. Primer día 7 citas, segundo día 2, tercero 1.

En circunstancias extremas el ser humano es capaz de dar el máximo para alcanzar la consecución de los objetivos que se ha propuesto. Yo lo tenía claro, tenía que arreglar este asunto como fuese para poder seguir preparando con tranquilidad el resto de frentes abiertos aún sin resolver que me quedaban en Madrid. Mi experiencia en Pamplona se reducía a unas pocas horas hace unos cuantos años en las que lo crucé de un extremo a otro a la mayor velocidad que mis, en ese momento, cansadas piernas me permitían, sin fijarme demasiado en nada salvo en las diferentes conchas que guiaban mi camino.
Me daba igual. Necesitaba una habitación, y por Odín que lo conseguiría.

Primera cita: la casa de paso.
Llego pronto, como siempre, así que espero tomando un café en un bar cercano. Un viejecillo habla de futbolistas vascos y navarros y el barman mira al infinito, asintiendo con la cabeza automáticamente cada cierto tiempo. Me largo. Llego a la casa, me es enseñada y se me revela su característica principal, y es que allí la gente no se queda demasiado tiempo. Dos de mis tres compañeros se irían en agosto, y, en general, allí no se hace vida en común. Es un lugar para nómadas, y yo no busco eso.

Segunda cita: la mentirosa.
Mujer madura, embaucadora a más no poder. Su casa es mucho más pequeña de lo que parecía en las fotos. Me ofrece una habitación de 12 m2, la suya es de 35, la casa tiene 72. Las cuentas no me cuadran, y menos al precio que me quiere cobrar. Según ella soy su visita 51, y si yo quisiera me podría cambiar la habitación y dormir ella en el zulo en el que no quepo de pie. "Los cojones" pienso, mientras me despido con un enigmático "Un saludo". Me quedo parado en el umbral de su puerta unos segundos pensando por qué coño había soltado eso, pero como no voy a volver no me importa.

Tercera cita: nada destacable.
Muy cerca de la anterior, mujer madura y estudiante de edad cercana a la mía. No creo que buscaran un hombre para compartir piso, no hay feeling, sólo está presente la mujer, ronda los 50. Muy caro para mí, ninguna de las dos partes queda convencida. Ni fu ni da, ni frío ni calor, no apunto casi nada en mis notas.

Cuarta cita: el hombre llano.
La zona más apartada de Pamplona, aquella en la que nadie quiere vivir. Dos hombres, uno de ellos es el que se va, y una mujer, más o menos de mi edad (algo mayores). Son majos, el tipo que se queda me resulta especialmente... noblote. Su forma de contestar a mis mails me encantó por lo directa que era. La casa un poco regulera. Tienen un tablón con la organización de las tareas del hogar. Buena pinta, si no fuera porque está a tomar por culo de mi hospital.

Quinta cita: casi pero no.
Al lado del anterior. Igual, dos hombres y una mujer, deja su sitio uno de ellos. Pero no es lo mismo, aquí no llego a conectar sobre todo con la chica, de 30 años. Sí, me explica y me enseña todo de manera correcta, pero me digo para mis adentros "Voy a acabar desquiciado por esta tía", así que fuera, siguiente.

Sexta cita: la enfermera cañón.
Buena zona, algo caro. La improviso porque tengo un hueco de 40 minutos. Llamo, me lo cogen, me dan la dirección y yo intento llegar. Corro, me muevo rápido. Hace mucho calor, llevo demasiada ropa. Me hago un lío, vuelvo a llamar para que me echen un cable, acabo consiguiendo llegar, pero no tengo demasiado tiempo. Al entrar en la casa noto que huelo demasiado a "macho", pero ya es tarde, no puedo hacer nada. Dos enfermeras, me atiende la mayor, más de 50 diría, y propietaria de la casa. Me presenta a la segunda, estudiante vasca de 23 años, lo primero que veo es su vientre plano y su adorable ombliguito. Parece muy tímida, apenas me mira a los ojos, yo a ella tampoco, pero por otros motivos. La otra mujer me resulta tremendamente hostil, aparte de confundirme con un psiquiatra pase a especificar que era psicólogo. Después vería que alquiló las dos habitaciones libres que tenía sin avisarme. Me dio igual, no pensaba quedarme.

Séptima cita: the chosen one.
Llamo, aviso de que llego tarde 5 minutos, corro. Para evitar el anterior problema me pongo la chaqueta, aunque me ase algo disimulará (no huelo mal, pero sí fuerte, repito que hace un calor excesivo). Me hace falta beber agua, me acerco a una fuente y es la única de Pamplona que no funciona. Ligeramente deshidratado, excesivamente cansado, medianamente obnubilado llego a la casa. Me abren, conozco a la chica que se va, a las dos que se quedan, y a otro chico que acaba de llegar, todos de una edad cercana a la mía. Se quedan conmigo las dos chicas, veo la casa aunque no me entero de nada, y les hago las preguntas que hago en todos los pisos: piscina, contrato y comida por separado o junta. Me maldigo a posteriori, no hice la tercera pregunta, no daba para más. Me noto la boca tremendamente seca mientras hablo, no sé dónde posar la mirada. Como la casa me gusta, les digo abiertamente que por mí me quedo, que como viesen. Tener el trabajo a 5 minutos andando, un parque a 2 minutos andando, una cervecería con cervezas de importación a 10 minutos andando, y una piscina no sé muy bien dónde pero cerca, no tiene precio. Me contestan que era la segunda persona que ve la casa y que se lo tienen que pensar.

Salgo, me digo a mí mismo que es una pena que no me vayan a coger. Me voy a por un par de cervezas.

Octava cita: a tomar por culo.
Como creo que aún no tengo piso, improviso dos citas más en un momento, en ninguno de los dos casos veré a la persona con la que hablo, aunque sí los pisos. Ésta primera la tengo a 40 minutos de donde estoy en ese instante, así que me animo a ir andando. Pero calculo mal, está mucho más lejos de lo que parecía en el mapa y ninguna de las 15 personas a las que pregunto sabe dónde cojones está la calle a la que tengo que ir. Finalmente lo encuentro, pero para mis adentros ya había tomado una decisión, ahí no hay absolutamente nada de nada, salvo vistas a la universidad y sus universitarias. No es suficiente, ciao.

Novena cita: el piso temporal.
En pleno centro, con vistas a la plaza más bonita del caso viejo, con vistas a una calle por la que cualquier guiri pagaría un pastón en San Fermines por ver por allí a los mozos huir de los toros bravos. Son una pareja, ella colega de profesión y él un tipo muy majo al que conozco unos días antes por casualidad por medio de la página couchsurfing (pedí alojamiento a uno de los pisos que tenía como opción para quedarme a vivir luego pagando, lo vi un poco excesivo). Es la "entrevista" más larga, me siento cómodo con ellos, parece haber buen rollo. Me muestro sincero, les hablo de lo que he visto antes y les comento que si no consigo nada que me guste más que cuenten conmigo. Pegas: demasiado caro para mi pobre economía y sólo para dos meses. Me cuesta mucho decidirme, la cocina me encanta realmente.

Décima cita: el supraextravertido.
Me dirijo al lugar donde había quedado con el novio de la chica con la que hablé; afortunadamente me lo habían marcado en un mapa el día anterior. No tengo apenas batería, no he podido comer nada, y llevo demasiado peso encima. Llego al videoclub escogido por su llamativo nombre y espero a que alguien me diga "Tú eres el de la habitación, ¿verdad?". Llegan dos personas, una para también verlo, otra para enseñarlo, que luego descubro que no es exactamente esa su tarea y que también viviría con él. Llega también el casero. Subimos, vemos la casa, y que los actuales inquilinos pese a tener buena intención (se ponen post-it en las puertas para recordar que tienen que limpiar) no lo llevan del todo a cabo. Es igual. Todo parece estar bien, y el chaval con el que viviría me abruma con un comportamiento realmente encantador. Me dice que tiene 23 años y realmente me cuesta creerlo. Pienso que ese tío se va a comer el mundo en unos años. Me invita a un café, me mira los horarios de los autobuses a Madrid, se ofrece para hacer deporte conmigo cuando esté allí, para ir juntos a otra comunidad autónoma de viaje algún fin de semana. Pero empezaría a vivir allí en julio y sería un coñazo mudarme dos veces, ese es el principal motivo para descartarlo.

Tomo cerveza con los que van a ser mis compañeros de residencia. Pedimos una caña, que sería más o menos como una pinta (este es el tipo de cosas que me gustan). 1,2,3,4. Durante la cuarta, recibo una llamada. Mi estado ya es, digamos, poco consistente, por lo que no tengo ni puñetera idea de quien puede estar marcando mi número a esas horas. Es una de las chicas del piso séptimo, que finalmente han decidido que está bien que me quede con ellos. Sonrío y brindo por ello.
Misión conseguida.

1 comentarios:

Dain dijo...

Y pasados 3 meses me tuve que mudar por... digamos, diferencias en la política de privacidad de las habitaciones con uno de los compañeros.
Apostoflante.

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