La cárcel I

lunes, 12 de abril de 2010
Quienes me conozcan, sabrán a lo que me dedico (sexar pollos), y probablemente también sepan que en los años 2006 y 2007 estuve yendo a la cárcel de Herrera de la Mancha, en Ciudad Real, como voluntario. Me interesaba porque lo mismo que iba a hacer yo lo iba a hacer un alumno de la UAM como practicum, y así yo dos años después podría hacer otro que me llamara también la atención.
Bueno, directamente, que me llamara la atención. La verdad es que tampoco era la ilusión de mi vida meterme en lo que yo creía sería un antro tenebroso rodeado de criminales. Pero... dejémoslo en que tuve mis razones, y que por lo menos interesante me parecía.

No comentaré demasiado acerca de la organización en la que ingresé, más que nada porque actualmente la maneja un infraser que avergüenza a mi profesión, un tipo infame que se dedica a gobernar dictatorialmente una ONG que tiene mucha más fama de la que merece, y que está en cuanto a prestigio en el mundo carcelario cuesta abajo y sin frenos; alguien que sin reparo alguno te amenaza por mail vilmente, que oferta trabajo clínico en su web sin tener los estudios necesarios, y que, probablemente, si lee esto montará en cólera y querrá comerme los cojones. Si lo lees, pequeño bastardo, que te den. No doy nombre de nada, dime lo que te apetezca.

Bueno, después de quedarme bien a gusto, continúo.
En nuestras primeras incursiones en prisión no teníamos un grupo definido y sólo realizábamos mini-entrevistas; amén de ir de módulo en módulo recolectando posibles “compradores”, aprender el siempre útil y sutil movimiento de lengua necesario con el que lamer el culo al superior de turno, y, supongo que lo básico, ir habituándose a un ambiente a priori hostil como puede ser una cárcel perdida de la mano de Dios. La verdad, es que yo particularmente esperaba encontrarme con algo bastante más sombrío y oscuro, ya no sólo por la posible actitud de la gente que por allí pululara, sino por el que creí sería el aspecto externo que podría tener el edificio.
Al llegar allí vimos que predominaban los tonos blancos y amarillos, y eso descargaba parte de la sensación de opresión que podía llevar conmigo; también ayudó el que permanentemente nos rodease un tufo a pan recién hecho realmente poderoso, si bien ya al entrar al lugar que teníamos designado, la biblioteca, cambiábamos el pan por el olor aséptico de aquellos lugares que nadie nunca frecuenta.

Nos dividieron en dos grupos, uno de maltratadores, para B y para mí (mantendré la confidencialidad de mis ex-compañeros), y otro de agresores sexuales/homicidas/pederasta, para A, I y M. A mí me atraía bastante más la idea de tratar con gente que hubiera podido cometer crímenes peores de los que correspondían a mi particular pandilla, pero igualmente me valía; al fin y al cabo, yo en parte me apunté por experimentar algo nuevo y por pulir ciertos defectos relativos al trato con el “paciente”, esto es, que guardaba demasiado las distancias y que tiendo al uso de un lenguaje quizá excesivamente alejado del usuario medio del mismo (que vale, sigo haciendo ambas cosas, pero ahora soy más consciente).
Como casi con la práctica totalidad de personas que conozco en un principio, yo me encontraba algo incómodo en los primeros viajes en coche que hacíamos para llegar a nuestro destino (qué le voy a hacer, soy un tipo introvertido). Quedábamos a las 7 de la mañana en cierta zona lejana al centro de Madrid para chuparnos un viaje de más de 2 horas que luego habríamos de repetir para volver, ya destrozados, a nuestros hogares.

A la única que conocía de antes era a B, no así a mis otros compañeros de inmersión por carreteras perdidas, A y M. A me pareció al principio un cretino, un idiota insoportable, un graciosillo estúpido; luego, muy lentamente, fui comprobando que, efectivamente, era todo lo que he dicho, pero ya me caía bien (muahuahuahua...). M parecía maja, pero no contribuyó demasiado a mi relación con ella que la nombrasen coordinadora de los grupos aparentemente a dedo (que no es que yo lo quisiera ser, ni de lejos, pero a mi ego esas cosas le resultan “afrentosas”); aún así, con M me llevé bien creo que desde el principio. También influía que M era mujer y A hombre, y yo ya estoy más acostumbrado al trato femenino tras varios años en la carrera. Bueno, no, es que A, en serio, me caía realmente mal...

Continuará...

Juro que nunca vi estas cosas en el tiempo que estuve...

5 comentarios:

n.S. dijo...

muahahahaha! la fotoooooo!

Kujavi dijo...

¿Cómo fue lo de tratar con maltratadores? ¿Les preguntaste acerca de sus motivos, su reinserción, ...?

Es un tema que me resulta muy interesante. Lo que no creo que pudiese es entrevistar a un pederasta o a un violador. No tengo estómago.

n.S. dijo...

ciertamente hay que ser profesional, a mí también me daría muchísimo escrúpulo.

Jose Rodríguez dijo...

bueno, el ambiente os condicionaría a hacerlo supongo, estás en una cárcel con una persona controlada, no en una guardería viendo como se relame

Dain dijo...

Hombre, todo es intentar ser profesional. Yo entrevisté a algún violador y a algún homicida, y simplemente hacía lo que tenía que hacer. Lo del pederasta sí que era para darle de comer aparte, por muchas razones.

Lo de cómo fue concretamente es un tema con el que ya me explayaré un poco en otra entrada. Pero vamos, que normalmente es que no admiten que hayan hecho algo malo, la carga socio-cultural es importante.

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