Soy uno de los tipos más racionales que conozco. Es cierto, suelo ver de manera cristalina todo tipo de situaciones. Mis (pocos) amigos y amigas saben que ante un problema que se les presente pueden contar con mi fiable y objetiva opinión a través de la cual poner en orden todo tipo de asuntos.
Cabe comentar también que, asimismo, soy uno de los tipos más desequilibrados que conozco (y conozco a muchos, recordaré aquí que trabajo en un centro de salud mental). A lo largo de mi vida me he visto en medio de aconteceres a los cuales alguien realmente sensato ni siquiera se habría acercado.
¿Cómo casar ambas características? bueno, parece complicado, pero no es para tanto.
El caso es que, por motivos que no incumben al lector de este blog, me fue asignada la siguiente tarea: llevar una silla de ruedas eléctrica de punta a punta de Madrid (centro, de Vallecas a Valdezarza). Una persona cabal seguramente habría considerado la posibilidad de alquilar algún medio de transporte mediante el cual poder llegar en un periquete sano y salvo a su destino.
Pssscha. Ya he insinuado antes que no soy un tipo del todo cabal.
Armado de valor, paciencia, 0 horas, 0 minutos y 0 segundos de práctica, y medio camino apoyado por mi compadre y cocreador de este blog el barón de la birrada, me dispuse a esta empresa con el ánimo de quien no es consciente de lo que hace.
Y 2 horas de carga de batería, lo cual, la verdad, no me tranquilizaba demasiado. La silla de la que hablamos pesa más de 70 kilos, y no está hecha precisamente para recorrer con ella "manualmente" un largo trecho. Pero, joder, a veces en esta vida hay que tomar riesgos.
Los comienzos fueron complicados. No están demasiado acondicionadas las calles de Vallekas para el tránsito de vehículos de 4 ruedas unipersonales. Tuve que ir a Pacífico a coger el metro, ya que, no sé muy bien gracias a quién, no abundan las paradas de línea 1 con ascensor. Así pues, tras un par de rectas y un par de curvas y un par de baches, encarrilé mi culo móvil a un autobús que ahorrase al gentío de un loco motorizado. En el momento de tomar la rampa que el amable conductor que extendió, me di cuenta de que en Madrid hay dos tipos de autobuses: los que tienen habilitada una zona amplia para carritos y sillas y... los que no. Atrancado pues me quedé, por lo ya comentado y también en gran parte mi poca pericia a la hora de conducir vehículos en general.
Apuntaré aquí que la idea era llegar en silla hasta mi destino... sin levantarme de mi asiento. No por crueldad o vaguería, si no para comprobar en mis propias carnes como era aquello; se trataba de un tema personal.
Al no haber manera de reconducir mi situación, tuve que pedir ayuda. La gente se suele mostrar bastante amable en estos casos, y si no lo es, al menos se mantiene ausente, no diciéndome nadie nada por medio bloquear el pasillo y yendo por mí un señor muy majo a picar el metrobús. Ole desde aquí a las buenas intenciones del buen hombre.
La salida resultó también un tanto dificultosa. Tuve que hacerlo de espaldas y a ciegas, y di con mis cables y aceros en una acera la mar de estrecha a la par que sucia (que poco tiene que ver con la situación de la que hablo, pero nunca viene mal hacer apología del civismo).
Renqueante, un tanto avergonzado por la necesidad de rescate, y tenso como el hámster al que van a inyectar un virus de nueva producción para comprobar efectos, conseguí llegar al metro. Allí, un par de grupúsculos de gentío me cedieron el paso para que cogiera los correspondiente e indispensables ascensores con los que llegar a las vías, dpnde me aguardaba mi fiel compadre, cuya misión consistiría básicamente en llamar al 112 si descarrilaba.
Encarar el metro, siguiente obstáculo. Tampoco había sido nunca consciente de que la entrada al mismo no está a ras del suelo, si no que hay que salvar una pequeña y jodida elevación cuando no puedes usar tus piernas para acceder a tal medio de transporte.
Cabe comentar también que, asimismo, soy uno de los tipos más desequilibrados que conozco (y conozco a muchos, recordaré aquí que trabajo en un centro de salud mental). A lo largo de mi vida me he visto en medio de aconteceres a los cuales alguien realmente sensato ni siquiera se habría acercado.
¿Cómo casar ambas características? bueno, parece complicado, pero no es para tanto.
El caso es que, por motivos que no incumben al lector de este blog, me fue asignada la siguiente tarea: llevar una silla de ruedas eléctrica de punta a punta de Madrid (centro, de Vallecas a Valdezarza). Una persona cabal seguramente habría considerado la posibilidad de alquilar algún medio de transporte mediante el cual poder llegar en un periquete sano y salvo a su destino.
Pssscha. Ya he insinuado antes que no soy un tipo del todo cabal.
Armado de valor, paciencia, 0 horas, 0 minutos y 0 segundos de práctica, y medio camino apoyado por mi compadre y cocreador de este blog el barón de la birrada, me dispuse a esta empresa con el ánimo de quien no es consciente de lo que hace.
Y 2 horas de carga de batería, lo cual, la verdad, no me tranquilizaba demasiado. La silla de la que hablamos pesa más de 70 kilos, y no está hecha precisamente para recorrer con ella "manualmente" un largo trecho. Pero, joder, a veces en esta vida hay que tomar riesgos.
Los comienzos fueron complicados. No están demasiado acondicionadas las calles de Vallekas para el tránsito de vehículos de 4 ruedas unipersonales. Tuve que ir a Pacífico a coger el metro, ya que, no sé muy bien gracias a quién, no abundan las paradas de línea 1 con ascensor. Así pues, tras un par de rectas y un par de curvas y un par de baches, encarrilé mi culo móvil a un autobús que ahorrase al gentío de un loco motorizado. En el momento de tomar la rampa que el amable conductor que extendió, me di cuenta de que en Madrid hay dos tipos de autobuses: los que tienen habilitada una zona amplia para carritos y sillas y... los que no. Atrancado pues me quedé, por lo ya comentado y también en gran parte mi poca pericia a la hora de conducir vehículos en general.
Apuntaré aquí que la idea era llegar en silla hasta mi destino... sin levantarme de mi asiento. No por crueldad o vaguería, si no para comprobar en mis propias carnes como era aquello; se trataba de un tema personal.
Al no haber manera de reconducir mi situación, tuve que pedir ayuda. La gente se suele mostrar bastante amable en estos casos, y si no lo es, al menos se mantiene ausente, no diciéndome nadie nada por medio bloquear el pasillo y yendo por mí un señor muy majo a picar el metrobús. Ole desde aquí a las buenas intenciones del buen hombre.
La salida resultó también un tanto dificultosa. Tuve que hacerlo de espaldas y a ciegas, y di con mis cables y aceros en una acera la mar de estrecha a la par que sucia (que poco tiene que ver con la situación de la que hablo, pero nunca viene mal hacer apología del civismo).
Renqueante, un tanto avergonzado por la necesidad de rescate, y tenso como el hámster al que van a inyectar un virus de nueva producción para comprobar efectos, conseguí llegar al metro. Allí, un par de grupúsculos de gentío me cedieron el paso para que cogiera los correspondiente e indispensables ascensores con los que llegar a las vías, dpnde me aguardaba mi fiel compadre, cuya misión consistiría básicamente en llamar al 112 si descarrilaba.
Encarar el metro, siguiente obstáculo. Tampoco había sido nunca consciente de que la entrada al mismo no está a ras del suelo, si no que hay que salvar una pequeña y jodida elevación cuando no puedes usar tus piernas para acceder a tal medio de transporte.
"Arrea", me dije, mientras veía alejarse a los vagones (bueno, lo he edulcorado bastante, en realidad solté una sarta de improperios poco adecuados para los ojos de los lectores más inocentes). La única solución era, por tanto, volverse por donde había venido y... y...
Qué cojones, eso lo haría un cobarde (o alguien que ame su vida). La solución era abordar ese infernal hueco A LAS BRAVAS.
Me dispongo pues a cumplir tal paso cuando... va la puerta del metro y para a un metro de donde me había preparado. Manda cojones. Dio igual, aprovechando que si me ocurría algo el barón rescataría mis huesos de entre los raíles, fui capaz de, con una maniobra un tanto arriesgada, ante la cual los allí presentes no tuvieron otra que hincharse a aplaudir (bueno, esto es mentira, pero como realmente fui un temerario y me jugué el cuello por no esperar al siguiente, prefiero recordarlo así...), conseguir abordar el vagón correcta y abruptamente.
Cambio de metro. Bajo otra vez de culo (y hablando de culos, a esa altura se ven unos cuantos). Encaramos la línea 7, con el júbilo de quienes se saben en buen camino y... nos equivocamos de dirección. Vuelta atrás. No pasa nada, aún teníamos tiempo para llegar a Mordor y arrojar el anillo único a... no, eso no va aquí. Damos al botón del ascensor, esperamos, se abren las puertas y... sale el padre de quien en estas líneas trata de plasmar sus correrías, blanco por ver a su hijo ensillado. No tuve otra que descojonarme, pobre padre mío.
Finalmente, antes de poder volver a ver lal luz, tuve que enfrentarme a un último impedimento: mi torpeza. Otra vez para bajar del metro, únicamente tenía ir hacia atrás, recto, y a una cierta velocidad para no encallarme en el intervalo espacial vagón-suelo. Bien, como mi coordinación visomotriz es regulera, y el mando lo tenía a mi derecha y no enfrente de mí, y ya me sentía más seguro con mis nuevas habilidades conductoras, acabé haciendo un giro de no te meneés con el que en esta ocasión se el que se quedó blanco fue mi buen escudero.
Y ya sí que poco más. Anduvimos (es un decir) hasta nuestro destino y allí pude levantarme y estirar las piernas otra vez. Sano y salvo.
Me pondré serio aquí para fijar la atención de quien esté dispuesto en las mediocres instalaciones con las que cuenta el sistema de transportes de Madrid, y su vía de carreteras y aceras, para la gente que, desafortunadamente, se ve obligada a vivir su vida utilizando una silla de ruedas. Yo lo cuento ahora medio de cachondeo, pero hay quien debe enfrentarse todos los días a este tipo de engorros. También es justo remarcar que he dicho "mediocres" y no "penosas", lo cual ya es algo, y que imagino que poco a poco (muy poco a poco) se irá mejorando el tema.
Ésta es la foto que he encontrado que mejor refleja lo que fue mi vivencia... Qué cojones, eso lo haría un cobarde (o alguien que ame su vida). La solución era abordar ese infernal hueco A LAS BRAVAS.
Me dispongo pues a cumplir tal paso cuando... va la puerta del metro y para a un metro de donde me había preparado. Manda cojones. Dio igual, aprovechando que si me ocurría algo el barón rescataría mis huesos de entre los raíles, fui capaz de, con una maniobra un tanto arriesgada, ante la cual los allí presentes no tuvieron otra que hincharse a aplaudir (bueno, esto es mentira, pero como realmente fui un temerario y me jugué el cuello por no esperar al siguiente, prefiero recordarlo así...), conseguir abordar el vagón correcta y abruptamente.
Cambio de metro. Bajo otra vez de culo (y hablando de culos, a esa altura se ven unos cuantos). Encaramos la línea 7, con el júbilo de quienes se saben en buen camino y... nos equivocamos de dirección. Vuelta atrás. No pasa nada, aún teníamos tiempo para llegar a Mordor y arrojar el anillo único a... no, eso no va aquí. Damos al botón del ascensor, esperamos, se abren las puertas y... sale el padre de quien en estas líneas trata de plasmar sus correrías, blanco por ver a su hijo ensillado. No tuve otra que descojonarme, pobre padre mío.
Finalmente, antes de poder volver a ver lal luz, tuve que enfrentarme a un último impedimento: mi torpeza. Otra vez para bajar del metro, únicamente tenía ir hacia atrás, recto, y a una cierta velocidad para no encallarme en el intervalo espacial vagón-suelo. Bien, como mi coordinación visomotriz es regulera, y el mando lo tenía a mi derecha y no enfrente de mí, y ya me sentía más seguro con mis nuevas habilidades conductoras, acabé haciendo un giro de no te meneés con el que en esta ocasión se el que se quedó blanco fue mi buen escudero.
Y ya sí que poco más. Anduvimos (es un decir) hasta nuestro destino y allí pude levantarme y estirar las piernas otra vez. Sano y salvo.
Me pondré serio aquí para fijar la atención de quien esté dispuesto en las mediocres instalaciones con las que cuenta el sistema de transportes de Madrid, y su vía de carreteras y aceras, para la gente que, desafortunadamente, se ve obligada a vivir su vida utilizando una silla de ruedas. Yo lo cuento ahora medio de cachondeo, pero hay quien debe enfrentarse todos los días a este tipo de engorros. También es justo remarcar que he dicho "mediocres" y no "penosas", lo cual ya es algo, y que imagino que poco a poco (muy poco a poco) se irá mejorando el tema.
Tras todo esto, me tomé una cerveza. O 2 o 3, no lo recuerdo, ni tampoco viene al caso.
8 comentarios:
¿"...enfrente mío"? ¿Seguro? ¿No será enfrente de ti?
¿Hermano?
En cualquier caso, tienes razón, lo cambio.
Hola, brotha. Me temo que la normativista anterior -mi reino a que es una mujer- no era yo. No obstante, dada mi beligerancia y afán por la apostilla -requisitos indispensables para congraciar amigos-, realizaré -sentenciaré- una corrección a la correción anónima:
donde pone
<< enfrente de ti >>
lo correcto sería
<< "enfrente de ti" >>
(avatares estos del discurso y metadiscurso de los que, en aras de no seguir mirando el dedo cuando éste señala la luna -esto es, la sin cuento descerebrada morfología de los servicios públicos madrileños de cara a los usuarios con discapacidad motora-, huelgo comentario a todo aquel vuestro caro lector del blog)
Dixit y saludos a repartir,
Ángel
Apostilla extra:
"enfrente de mí", claro, con el referente que correspondería en el texto
Hola hermano. Así como no me hubiera extrañado que el autor del primer comentario hubieras sido tú, por su naturaleza correctiva, también es justo añadir en mi defensa que un pelín raro veía, primero, que fuera tan escueto, y segundo, que de intervenir en el blog por primera vez fuera precisamente para eso.
Resuelto este asunto, quedo a la espera de que el/la anónimo/a vuelva a pasarse por aquí y acepte su error de manera natural como yo mismo hice. O mejor no, que justo pienso lo que comentas, si bien con otras palabras: "vaya puta mierda que alguien comente la entrada y no sea por el motivo de la misma, sino para corregirme".
Un saludo
Tus palabras, las de la anónima (?) y las mías (así como mi primera incursión para hacer amigos con fecha "22 de junio de 2010 13:36" en http://bastardossinhonor.blogspot.com/2010/06/yo-no-soy-tonto-soy-gilipollas.html) me recuerdan la entrada de n.S. http://bastardossinhonor.blogspot.com/2010/07/todos-los-que-no-leen-este-blog-son.html
...
Obviando los comentarios anteriores, más que nada por su sentido desconcertante para con el tema principal, te admiro... Vale que existe cierto tono de humor en la manera de contar algo así, pero ¡Hay que tener valor para realizar una "hazaña" de esas características! Y digo "hazaña" con todo el conocimiento de causa que pueda tener. Ya que supongo que muchas personas que se encuentren en esa situación, vean un muro de dos metros alzarse sobre sus cabezas cuando necesiten llevar a cabo cualquier actividad de lo más cotidiana.
Bueno, pero poco a poco se acostumbran a ese muro, te lo digo por conocimiento casi directo.
Esto es como todo, casi cualquier persona padece algún tipo de dificultad, y, salvo que nos hundamos en la propia miseria, solemos ser capaces de ir enfocando la situación de manera mínimamente adaptativa. Pura resiliencia.
Por otro lado, no merezco admiración alguna, en serio. Lo mío casi fue un "juego", un probar a ver el mundo desde allí. Todo acabó al llegar al taller, afortunadamente.
Gracias por tus palabras.
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