El otro día, iba por la calle pensando en mis cosas, cuando me sorprendí a mí mismo intentado definir o, concretar, más o menos, en qué consiste el valor, esto es, la virtud de ser valiente. Y más o menos me había fijado una idea que era bastante funcional. Supongo que necesitaba dorarme a mí mismo la píldora porque pensé que ser valiente era justo lo contrario de ser cobarde. Mala definión pues no debería haberla basado en un contraste con un opuesto.
El caso es que pensé que ser valiente consistía en actuar venciendo al miedo, aún sabiendo que las consecuencias de las decisiones que tomamos nos serán duras y dolorosas. En general, todos y cada uno de nosotros tenemos siempre, siempre, siempre, miedo. En mayor o menor medida por supuesto: puede ser un miedo inherente a toda decisión que no podemos controlar, o un miedo invencible que hace que optemos por el camino fácil: huir de lo que nos asusta. Y pensé que ser valiente consistía en vencer este miedo insuperable, en la medida de lo posible (es INsuperable) y tomar decisiones sabiendo que estas, aunque duelen, son las adecuadas.
En el último mes yo he tomado decisiones dolorosas y adecuadas. Pero correctas y convenientes. Eso me ha llevado a un estado de "guayismo" que me ha reportado no poco bienestar y reconfort, y que me ha servido para evitar el dolor derivado de esas decisiones a través de algo puramente lógico: conocer y saber que aunque me doliese, actué bien. Así que llevo como un mes pensando en que, al menos desde ese tiempo, me he convertido en un ser valiente.
Nada más alejado de la realidad pues ese sentimiento de agrado por saber que el deber ha sido realizado se fue al garete cuando, hace dos días, hablando con cierta persona cuya identidad omitiré, y no queriendo dar más datos, comprendí que, el miedo, vuelve siempre, y está en cada una de las decisiones que hemos de tomar, y es fuerte e hijoputa en las difíciles... Y vencerlo no es un hábito, es un acto aislado. Y así me veo ahora, atribulado por tener que pensar en una decisión complicada, sabiendo más o menos qué es lo que tengo que hacer, de nuevo, pero sin saber cómo hacerlo exactamente ya que... realmente, no me atrevo.
El caso es que pensé que ser valiente consistía en actuar venciendo al miedo, aún sabiendo que las consecuencias de las decisiones que tomamos nos serán duras y dolorosas. En general, todos y cada uno de nosotros tenemos siempre, siempre, siempre, miedo. En mayor o menor medida por supuesto: puede ser un miedo inherente a toda decisión que no podemos controlar, o un miedo invencible que hace que optemos por el camino fácil: huir de lo que nos asusta. Y pensé que ser valiente consistía en vencer este miedo insuperable, en la medida de lo posible (es INsuperable) y tomar decisiones sabiendo que estas, aunque duelen, son las adecuadas.
En el último mes yo he tomado decisiones dolorosas y adecuadas. Pero correctas y convenientes. Eso me ha llevado a un estado de "guayismo" que me ha reportado no poco bienestar y reconfort, y que me ha servido para evitar el dolor derivado de esas decisiones a través de algo puramente lógico: conocer y saber que aunque me doliese, actué bien. Así que llevo como un mes pensando en que, al menos desde ese tiempo, me he convertido en un ser valiente.
Nada más alejado de la realidad pues ese sentimiento de agrado por saber que el deber ha sido realizado se fue al garete cuando, hace dos días, hablando con cierta persona cuya identidad omitiré, y no queriendo dar más datos, comprendí que, el miedo, vuelve siempre, y está en cada una de las decisiones que hemos de tomar, y es fuerte e hijoputa en las difíciles... Y vencerlo no es un hábito, es un acto aislado. Y así me veo ahora, atribulado por tener que pensar en una decisión complicada, sabiendo más o menos qué es lo que tengo que hacer, de nuevo, pero sin saber cómo hacerlo exactamente ya que... realmente, no me atrevo.
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