El otro día estábamos criticando a un chaval que todos los compinches que escribimos en este blog conocemos. Como es habitual, una sarta de improperios e insultos salía de nuestras delicadas lenguas, produciendo seguramente un pitar de oídos insoportable en el desdichado sujeto.
-Vaya imbécil. Qué cretino -eran las más sutiles piezas.
Hasta que uno de nosotros se dio cuenta de que las faltas que le achacábamos al desgraciado, en su gran mayoría, también las hacíamos nosotros. La conclusión fue fulminante:
-Pero él no es nuestro amigo.
De esto inferimos que las cosas no nos parecen malas por su esencia, sino que básicamente dependen de si el que las hace nos cae mal. Da igual lo que haga un tipo que nos parece un cretino: puede ser una persona maravillosa, el salvador del mundo. Pero es un gilipollas, y todo lo que hace es pura mierda.
Ayer estaba dando una vuelta y me volví a acordar de la cara enfurecida de mis compinches insultando al pobre mamón; en ese momento me asaltó la duda eterna: ¿por qué nos parece estúpido todo lo que hace la gente que nos cae mal?
¿Por qué todo lo que hace Zapatero le parece mal al PP? ¿Por qué Torres juega mal a los ojos de un madridista, aunque marque siete goles? ¿Por qué todos los que critican los artículos de este blog son gilipollas? ¿Por qué todo lo que hace Hugo Chávez está mal, y cuando lo hace un país amigo está bien? Y aplicando la lógica darwiniana, se me ha ocurrido una explicación.
Ya que esta sensación está en todos los humanos (o por lo menos, en todos los subhumanos que se juntan conmigo), partiré de la suposición de que esta aversión por todas las actividades del enemigo es un rasgo innato del ser humano, al que llamaremos cabronismo de aquí en adelante, para simplificar.
Esto quiere decir que, dada la lucha darwiniana por la supervivencia, este rasgo, que quizás era propio a un individuo, le salvó la vida en al menos una ocasión, y le sirvió para imponer sugenoma (descendencia) por encima de los demás miembros de la especie.
Imaginemos que un protohombre primitivo tiene un adversario, y este le tiende una trampa disfrazada de fiesta en su honor. Como aún no tiene este rasgo, el cabronismo, el pobre diablo cae en la trampa y acaba muerto o castrado o algo aún peor.
Sin embargo, el individuo que por primera vez desarrolla el cabronismo piensa que esta fiesta que va a dar el adversario es una mierda, una estupidez, es decir, todas las cosas negativas que mis compinches y yo achacábamos a todo lo que hace/dice el pobre chaval.
El cabronismo le salva la vida. Cuando el otro miembro de la tribu vuelve castrado, o no vuelve, el cabronías es capaz de imponer su genoma sobre los demás miembros de la tribu. A su vez, hace una fiesta para vengarse del enemigo de la otra tribu, y como este aún no posee el don del cabronismo, lo castra o lo mata. Y también impone su genoma en la tribu contraria.
Esta historia puede parecer una fantasía propia de un delirio estúpido, lo cual, viendo el título de este blog y el tono general de los artículos, puede ir bien orientado. Pero, ¿alguien conoce el rapto de las sabinas? Pues bien, estamos claramente antes un pueblo, el romano, que se impuso sobre el próximo, el pueblo de los sabinos, a base de ser cabronías hasta el máximo concebible. ¿Y el caballo de Troya? Otro gran ejemplo. Si los troyanos se hubiesen meado en el caballo y le hubiesen prendido fuego, otra gallina habría cantado.
El rapto de las sabinas: un ejemplo de por qué pensar
que el prójimo es idiota es altamente recomendable
Como vemos, el pensar que todos los que no piensan como nosotros son imbéciles, o dicho de otra manera, todos los que no son nuestros amigos, es un rasgo no solo recomendable sino además necesario para la supervivencia en el planeta Tierra.
Y por extensión, dicho lo dicho, todos los que no leen este blog son sencillamente gilipollas.
3 comentarios:
Somos seres tribales
menos mal que lo leo...
Hombre!
Bien escrito, dentro de todo. Que viva el jodio cabronismo!
Me puedes decir el nombre de la foto/pintura al fin del blog? Donde la encontraste?
Mil Gracias!
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