La joi de vivre: un post alegre
La puta tele
La televisión, compañera inseparable del individuo promedio. Esa máquina que en muchos casos ha hecho más compañía a los habitantes de un mismo habitáculo que aquellos a los que pueden oler cuando pasan a su lado a recoger la ropa de la lavadora u oír cuando están haciendo gala de cualidades artísticas en la ducha.
Jaime Cantizano, Patricia Conde, Jesús Vázquez, Florentino Fernández, Jorge Javier Vázquez, Matías Prats... el F.C. Barcelona, Rafa Nadal, los polvos de Tiger Woods, la fórmula 1, el nuevo peinado de Cristiano Ronaldo, la última ida de olla de Guti... Gran Hermano, Más que Baile, España Directo, Buenafuente, Password, cualquier telenoticias... da igual, sea mejor o peor el contenido, eso no es lo importante. Lo indispensable y fundamental es...
El problema no es el contenido de lo ofertado, que también, sino lo normalizado que es el que al menos un tercio del día nuestros hogares estén gobernados por un aparato que, si bien no piensa directamente, sí está manejado por gente que sí sabe lo que se hace y normalmente no le interesa que tú discurras por ti solito. Y a la mayoría os da igual, pazguatos. Yo antes también era así. Qué coño, soy así, no hay diferencias significativas con el resto. Únicamente el medio, ya que si bien ya no veo la tele, sí pierdo más tiempo del que debiera en internet. Pero, hasta cierto punto, puedo elegir en qué perder el tiempo, y no me quedo lobotomizado delante de una máquina de más o menos pulgadas (compensatorio de falo, diría algún psicoanalista barato).
No ahondaré en el tema "sustitutivo de relaciones sociales", porque hay gente que realmente se encuentra sola en este mundo y se pone la tele por no tener que aguantar únicamente sus propios pensamientos durante todo el día. Pero llegar al piso de uno y ver que los compañeros están todos reunidos en el salón, sin hablar unos con otros, cada uno haciendo sus cosas (¡incluso algún trabajo en el portátil!), con la tele a todo volumen, es un tanto... triste. Luego, hablando individualmente con cada uno, siempre sale a relucir con orgullo la frase "No, si yo no veo la tele". ¡Pues claro que no la ves, atontao!
En fin. Llamadme pedante, demagogo, creído, amargado, prepotente o lo que os salga de vuestros santísimos cojones u ovarios. Tened en cuenta que en ningún momento he hecho la adjudicación "el que vea la tele es tonto", simplemente critico el hecho de tenerla como objeto de veneración al que adorar mediante un ritual pasivo. Si a alguien le gusta, que la vea cojones, pero que se dé cuenta de que es eso exactamente lo que está haciendo.
Muy ilustrativoVuelva usted...la semana que viene
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8 - Tacones
¿Que el hiyab es humillante para la mujer? ¿Estáis de coña? ¿Habéis estado alguna vez en una fiesta de nochevieja? Comparado con los tacones de aguja el hiyab es cacao para los labios. Cuántas españolas no cambiarían el día 1 de enero sus malditos tacones por un buen velo. Eso sí es humillante. Las mujeres occidentales no pueden empezar el año con buen pie, sino con un pie espantosamente deformado y además lleno de rozaduras y (sí, amigos, sí) AMPOLLAS. Ampollas ganadas a pulso para satisfacer los pervertidos gustos de los chicos europeos (es decir, nosotros), cuyos zapatos náuticos no dejan ni marca.
7 - maquillaje
A los amantes de la belleza natural, como quien escribe estas líneas, siempre nos ha fascinado algo de las chicas guapas. ¿Por qué esconden su belleza bajo kilos de químicos reconcentrado? La respuesta tendrá que esperar, porque nosotros no la tenemos, pero una cosa está clara, y es que, a día de hoy, el maquillaje es feudo femenino. Por esa misteriosa razón que espero que alguien me aclare, se ven obligadas a echarse esos químicos corrosivos en sus cándidas mejillas.
6 - Tintes con amoniaco
¿Puede ser saludable una sociedad en que el mismo producto con que alguien desinfecta el wc es usado por las mujeres para decolorarse el pelo? Las rubias en morenas, las morenas en pelirrojas, las pelirrojas en morenas... En algo tienen razón, y es en que nos gustan todas, pero ¿por qué reproducir la misma variedad de manera artificial?
5 - Tanga extreme.
El tanga es cómodo. ¡Curioso! Lo mismo dicen las mujeres que llevan el hiyab: algo muy cómodo y recatado. “Nadie nos obliga”. Pues bien, yo acabo de imaginar mi culo (y lo que no es culo) metido dentro de un tanga y creedme, estaba mal alojado. Por mucho que me digan que el tanga es cuestión de acostumbrarse, a mí nunca dejará de parecerme un engaño gargantuesco del hombre para que las mujeres enseñen el culito.
4 - La parte de arriba del bikini
No, no penséis que barremos para casa, pero ¿por qué esa desigualdad? Nosotros enseñamos nuestro pecho, nuestro torso o nuestras tripas, y ellas se tapan. Ah, claro, dirán algunos, las tetas se reservan para el que en ese momento las tenga en uso y disfrute (como el hiyab reserva el pelo para el marido), ¿no os da qué pensar?
3 - Depilación:
¡Y mañana a la piscina! Sale el primer rayo de sol del verano y uno de nosotros emite la inocente frase. Solo años después supe que mientras en mi mente se forjaba una sugerente imagen de bañadores y bikinis, en sus cabezas femeninas una alerta terrible había saltado... “estoy sin depilar”. Cera, cremas depilatorias, cuchillas, máquinas que suenan como la sierra mecánica de Viernes 13... y lo peor, lo peor de todo no es todo el sufrimiento físico que conlleva, que no es poco, lo peor, y eso también lo he sabido con los años, es que algunas de ellas pueden llegar a pensar: “Uy, sí, es mono, me lo llevaría al huerto... pero estoy sin depilar”. Y nosotros, ahí, en dique seco.
2 - Sujetadores con relleno.
Obligadas a mentir. Las que las tienen pequeñas para tenerlas medianas, las que las tienen medianas para tenerlas grandes y las que las tienen grandes para que rebosen... y repetimos lo que ya decíamos en líneas anteriores: “sí, nos gustan todas”. Pero lo que no nos gusta son los cambios a deshora, las sorpresas, las burlas al sentido del tacto... Sabéis de qué os hablo, ¿verdad?, todo hombre ha sentido alguna vez en su vida el engaño en la palma de la mano.
1 - Tetas de silicona.
Como el pavo relleno que hace mi abuela en navidad, las mujeres se trinchan y se meten debajo de las tetas bolsas de ese viscoso material que la industria utiliza para sellar juntas. ¿Agradable, verdad? Y no digo más.
La odisea de buscar piso
7 citas concertadas, 2 por concretar (una no fue conseguida), 2 que improvisé. Primer día 7 citas, segundo día 2, tercero 1.
En circunstancias extremas el ser humano es capaz de dar el máximo para alcanzar la consecución de los objetivos que se ha propuesto. Yo lo tenía claro, tenía que arreglar este asunto como fuese para poder seguir preparando con tranquilidad el resto de frentes abiertos aún sin resolver que me quedaban en Madrid. Mi experiencia en Pamplona se reducía a unas pocas horas hace unos cuantos años en las que lo crucé de un extremo a otro a la mayor velocidad que mis, en ese momento, cansadas piernas me permitían, sin fijarme demasiado en nada salvo en las diferentes conchas que guiaban mi camino.
Me daba igual. Necesitaba una habitación, y por Odín que lo conseguiría.
Primera cita: la casa de paso.
Llego pronto, como siempre, así que espero tomando un café en un bar cercano. Un viejecillo habla de futbolistas vascos y navarros y el barman mira al infinito, asintiendo con la cabeza automáticamente cada cierto tiempo. Me largo. Llego a la casa, me es enseñada y se me revela su característica principal, y es que allí la gente no se queda demasiado tiempo. Dos de mis tres compañeros se irían en agosto, y, en general, allí no se hace vida en común. Es un lugar para nómadas, y yo no busco eso.
Segunda cita: la mentirosa.
Mujer madura, embaucadora a más no poder. Su casa es mucho más pequeña de lo que parecía en las fotos. Me ofrece una habitación de 12 m2, la suya es de 35, la casa tiene 72. Las cuentas no me cuadran, y menos al precio que me quiere cobrar. Según ella soy su visita 51, y si yo quisiera me podría cambiar la habitación y dormir ella en el zulo en el que no quepo de pie. "Los cojones" pienso, mientras me despido con un enigmático "Un saludo". Me quedo parado en el umbral de su puerta unos segundos pensando por qué coño había soltado eso, pero como no voy a volver no me importa.
Tercera cita: nada destacable.
Muy cerca de la anterior, mujer madura y estudiante de edad cercana a la mía. No creo que buscaran un hombre para compartir piso, no hay feeling, sólo está presente la mujer, ronda los 50. Muy caro para mí, ninguna de las dos partes queda convencida. Ni fu ni da, ni frío ni calor, no apunto casi nada en mis notas.
Cuarta cita: el hombre llano.
La zona más apartada de Pamplona, aquella en la que nadie quiere vivir. Dos hombres, uno de ellos es el que se va, y una mujer, más o menos de mi edad (algo mayores). Son majos, el tipo que se queda me resulta especialmente... noblote. Su forma de contestar a mis mails me encantó por lo directa que era. La casa un poco regulera. Tienen un tablón con la organización de las tareas del hogar. Buena pinta, si no fuera porque está a tomar por culo de mi hospital.
Quinta cita: casi pero no.
Al lado del anterior. Igual, dos hombres y una mujer, deja su sitio uno de ellos. Pero no es lo mismo, aquí no llego a conectar sobre todo con la chica, de 30 años. Sí, me explica y me enseña todo de manera correcta, pero me digo para mis adentros "Voy a acabar desquiciado por esta tía", así que fuera, siguiente.
Sexta cita: la enfermera cañón.
Buena zona, algo caro. La improviso porque tengo un hueco de 40 minutos. Llamo, me lo cogen, me dan la dirección y yo intento llegar. Corro, me muevo rápido. Hace mucho calor, llevo demasiada ropa. Me hago un lío, vuelvo a llamar para que me echen un cable, acabo consiguiendo llegar, pero no tengo demasiado tiempo. Al entrar en la casa noto que huelo demasiado a "macho", pero ya es tarde, no puedo hacer nada. Dos enfermeras, me atiende la mayor, más de 50 diría, y propietaria de la casa. Me presenta a la segunda, estudiante vasca de 23 años, lo primero que veo es su vientre plano y su adorable ombliguito. Parece muy tímida, apenas me mira a los ojos, yo a ella tampoco, pero por otros motivos. La otra mujer me resulta tremendamente hostil, aparte de confundirme con un psiquiatra pase a especificar que era psicólogo. Después vería que alquiló las dos habitaciones libres que tenía sin avisarme. Me dio igual, no pensaba quedarme.
Séptima cita: the chosen one.
Llamo, aviso de que llego tarde 5 minutos, corro. Para evitar el anterior problema me pongo la chaqueta, aunque me ase algo disimulará (no huelo mal, pero sí fuerte, repito que hace un calor excesivo). Me hace falta beber agua, me acerco a una fuente y es la única de Pamplona que no funciona. Ligeramente deshidratado, excesivamente cansado, medianamente obnubilado llego a la casa. Me abren, conozco a la chica que se va, a las dos que se quedan, y a otro chico que acaba de llegar, todos de una edad cercana a la mía. Se quedan conmigo las dos chicas, veo la casa aunque no me entero de nada, y les hago las preguntas que hago en todos los pisos: piscina, contrato y comida por separado o junta. Me maldigo a posteriori, no hice la tercera pregunta, no daba para más. Me noto la boca tremendamente seca mientras hablo, no sé dónde posar la mirada. Como la casa me gusta, les digo abiertamente que por mí me quedo, que como viesen. Tener el trabajo a 5 minutos andando, un parque a 2 minutos andando, una cervecería con cervezas de importación a 10 minutos andando, y una piscina no sé muy bien dónde pero cerca, no tiene precio. Me contestan que era la segunda persona que ve la casa y que se lo tienen que pensar.
Salgo, me digo a mí mismo que es una pena que no me vayan a coger. Me voy a por un par de cervezas.
Octava cita: a tomar por culo.
Como creo que aún no tengo piso, improviso dos citas más en un momento, en ninguno de los dos casos veré a la persona con la que hablo, aunque sí los pisos. Ésta primera la tengo a 40 minutos de donde estoy en ese instante, así que me animo a ir andando. Pero calculo mal, está mucho más lejos de lo que parecía en el mapa y ninguna de las 15 personas a las que pregunto sabe dónde cojones está la calle a la que tengo que ir. Finalmente lo encuentro, pero para mis adentros ya había tomado una decisión, ahí no hay absolutamente nada de nada, salvo vistas a la universidad y sus universitarias. No es suficiente, ciao.
Novena cita: el piso temporal.
En pleno centro, con vistas a la plaza más bonita del caso viejo, con vistas a una calle por la que cualquier guiri pagaría un pastón en San Fermines por ver por allí a los mozos huir de los toros bravos. Son una pareja, ella colega de profesión y él un tipo muy majo al que conozco unos días antes por casualidad por medio de la página couchsurfing (pedí alojamiento a uno de los pisos que tenía como opción para quedarme a vivir luego pagando, lo vi un poco excesivo). Es la "entrevista" más larga, me siento cómodo con ellos, parece haber buen rollo. Me muestro sincero, les hablo de lo que he visto antes y les comento que si no consigo nada que me guste más que cuenten conmigo. Pegas: demasiado caro para mi pobre economía y sólo para dos meses. Me cuesta mucho decidirme, la cocina me encanta realmente.
Décima cita: el supraextravertido.
Me dirijo al lugar donde había quedado con el novio de la chica con la que hablé; afortunadamente me lo habían marcado en un mapa el día anterior. No tengo apenas batería, no he podido comer nada, y llevo demasiado peso encima. Llego al videoclub escogido por su llamativo nombre y espero a que alguien me diga "Tú eres el de la habitación, ¿verdad?". Llegan dos personas, una para también verlo, otra para enseñarlo, que luego descubro que no es exactamente esa su tarea y que también viviría con él. Llega también el casero. Subimos, vemos la casa, y que los actuales inquilinos pese a tener buena intención (se ponen post-it en las puertas para recordar que tienen que limpiar) no lo llevan del todo a cabo. Es igual. Todo parece estar bien, y el chaval con el que viviría me abruma con un comportamiento realmente encantador. Me dice que tiene 23 años y realmente me cuesta creerlo. Pienso que ese tío se va a comer el mundo en unos años. Me invita a un café, me mira los horarios de los autobuses a Madrid, se ofrece para hacer deporte conmigo cuando esté allí, para ir juntos a otra comunidad autónoma de viaje algún fin de semana. Pero empezaría a vivir allí en julio y sería un coñazo mudarme dos veces, ese es el principal motivo para descartarlo.
Tomo cerveza con los que van a ser mis compañeros de residencia. Pedimos una caña, que sería más o menos como una pinta (este es el tipo de cosas que me gustan). 1,2,3,4. Durante la cuarta, recibo una llamada. Mi estado ya es, digamos, poco consistente, por lo que no tengo ni puñetera idea de quien puede estar marcando mi número a esas horas. Es una de las chicas del piso séptimo, que finalmente han decidido que está bien que me quede con ellos. Sonrío y brindo por ello.
Misión conseguida.
De re mascota. Litera Prima*
Un mascotón es aquella figura que, dispuesto a ligarse a una mujer, está dispuesta a las humillaciones más terribles y a la traiciones propias de los felones más ruines. Y en eso está dispuesto a pasar por encima de amigos, colegas, familiares...pero también de principios y dignidad. Yo he sufrido a varios, como novio implicado en relaciones largas con tías que estaban bastante bien. Y yo mismo he sido mascotón durante mis tiempos mozos en un par de ocasiones. Por eso sé de lo que hablo.
Un mascotón denota una terrible impotencia y falta de control increíbles, no sólo cuando intenta ligar. No, no, eso nos puede pasar a todos, sino en la simple y mera interacción con la persona de sexo contrario. Asimismo, sus tonos de voz, tendentes al aflautamiento, se hacen agudos mientras no deja de titubear y decir chistes frikis que no tienen ninguna gracia y que en el mejor de los casos, son atendidos con sonrisas por pura cortesía.
Y escribo todo esto, oh amigos y queridos asiduos de nuestro reducto, porque hoy, comiendo en la Facultad de Agrónomos de la UPM he visto un cuadro que me ha indignado tanto que no he podido dejar de venir a mi sucia facultad a escribir estas líneas. Un tipo, gordo, feo, treintantón, con gafas de pasta con cordel y algo bobete, intentaba ligar con una chica cuyo composición resumiría así: 40% chica normalita, 35% de fea, 25% de guapa. Nuestro amigo, en esas lides en las que se veía, casi tartamudeaba mientras escuchaba cómo la chica le contaba distintos episodios de su vida a los que puede que prestase un interés nulo ("quiero follar", pensaría) o que trataba como un medio: "escucharla para lograr follar con ella", supongo que sería su plan a seguir.
Y en eso hasta le regaló un libro cuyo título no pude ver (no tengo la visión tan aguda como la malicia) y que fue bien acogido...¿La gracia o por qué escribo todo esto? Porque la chica, perpendicular a mí, no dejaba de dedicarme miraditas (y yo a ella) depredatorias (no tanto, colega) pero sí que denotaban un manifiesto interés al que yo correspondía por ese 60% de guapura y normalidad. Y me hacía gracia ver cómo el pobre mascotón, con sus más nobles intenciones (o no) hacía todos los intentos con los que su escaso arsenal de seducción le nutría para tales fines mientras yo, pensaba, que con acercarme, ser majo y dejarle mal con estilo/decirle dos tonterías a la chica, tendría todo un mundo ganado con ella.
Perdonad si me las doy de presuntuoso y chulo pero...es que esa es la actitud, el ver a una mujer como algo agradable con quien empezar un juego de tonteo cuyo fin es el propio juego, y disfrutarlo, no tanto como el llevarte a la tía a la cama pues...es algo que me sale natural, y cuando veo miraditas como las de hoy no puedo dejar de pensar que tengo mucho terreno ganado si soy simpático y majo (como lo somos todos vaya). Por eso los mascotones me hacen tanta gracia, porque creo que se ven como gacelas que quieren cazar leones y que para ellos el proceso de acercarse a una tía y decirles algo es hasta desagradable.
En fin, completaré la serie mascotil más adelante, cuando mi apretada agenda y negreros jefes me den la ocasión. Un saludo.
* Nótese que tengo mi latín muy polvoriento, así que pido disculpas a los posibles y seguros lectores que, incluyéndose en estos campos, puedan sentir dolor al ver que he empleado mal el número y el caso de la declinación de res, rei: filológos, culturetas, gafapasta, mascamuelles, pelinflores, resabidillos, semifrikis y demás fauna en general: lo siento.
Rectifico: Lady Gaga es persona
El vello púbico, en busca de la alegría: ' vs. #
Altos y bajos, izquierdosos y derechosos, genios e imbéciles. La bipolaridad es inevitable a la hora de categorizar el mundo. Nos movemos en dimensiones que tienen sus polos opuestos e incompatibles, y cada individuo, no necesariamente de manera voluntaria, se acaba situando en algún punto de esa invisible línea progresiva de diferenciación entre ambos extremos que le hace acercarse más a un lado u otro.
No es baladí apuntar este detalle, pues básicamente es de eso de lo que trata esta entrada, de cómo encaramos los acontecimientos a los que nos enfrentamos diariamente a partir de nuestro posicionamiento en determinados aspectos que hacen que nos alejemos o acerquemos más o menos a aquellos que nos rodean. Concretamente, nos centraremos en un determinado detalle que probablemente diga más de una persona de lo que en principio cabría esperar.
Pues bien, estos dos sujetos sustentan una opinión radicalmente contraria en cuanto al atractivo que les suscita la manera en que una mujer, y por ende ellos mismos, presenta su barrera capilar previa a su zona más íntima (físicamente hablando, claro). Lo salvaje contra lo elegante, lo frugal contra lo copioso, los '60 contra los '90.
Vamos allá.
Donde hay pelo hay alegría, donde hay un matorral... no tanta
Lo primero será aclarar que no considero que el recorte púbico quede mejor únicamente en la mujer, ni que sea obligatorio que pase por dolorosos procesos de depilación en los que dejarse la piel (casi literalmente) únicamente por contentar al macho. Está bien que haya una tribu urbana, los osos, en la que la abundancia de vello sea considerada como un rasgo importante de su propia imagen, pero, por lo general, esto no suele ser así en la gran mayoría de la gente. Y ya digo que no me refiero en absoluto a que sea indispensable pasar por la depilación brasileña o métodos parecidos, ya que no los quisiera yo para mí.
Yo mismo por ejemplo, por cuestión estética e higiénica, procedo cada cierto tiempo a la poda de mis bajos, a base de tijera y maquinilla. El otro autor de esta entrada dirá que por qué narices hago eso, y yo le contestaré que por qué narices él entonces se afeita la barba. A efectos prácticos es lo mismo, si nos dejamos perilla o bigote o simplemente nos retocamos el vello facial es por coquetería e imagen, y yo defiendo que si cuidas este aspecto es incoherente criticar el que se cuide el otro. Pero ya no es sólo por eso, claro, es que a mí me gusta más y así me molesta menos.
Y no entraré en su condición de "biciclista" y en como debe quedar aquello tras una sesión maratoniana de conducción.
Pero ciñéndome al tema mujer, y yendo al aspecto sexual, he de decir que no hay comparación a la hora de llevar a cabo el sexo oral (A.K.A. "comer un coño"). No diré demasiado de mis experiencias, por no considerarlo relevante ni adecuado, pero sí aclararé que he toreado en "todo tipo de plazas", y he llegado a comprender cómo un occidental incauto puede acabar totalmente perdido en la selva amazónica. No creo que haga falta decir nada más.
Luego, la forma elegida, a gusto del consumidor. Una pequeña raya, un triangulito, o simplemente un pequeño montoncito cuidado valen perfectamente. Luego, si ya se quiere ser creativo, pues mejor, más variedad, más diversión.
La opción "sin pelo alguno" no es mi favorita. Pero si he de elegir entre maraña y ausencia, desde luego prefiero ausencia.
A mí compadre seguro que le gustan cosas así... ufff....
Desde luego, es cuestión de gustos. Yo prefiero tener el camino despejado, poder ver donde apunto, no descubrir sorpresas a posteriori en mi boca, etc. Y en cuanto a su contemplación, nada más armonioso que un conjunto limpio, sin irregularidades, algo sutil y provocador a la vez, que te haga sentir que la perfección es posible y se encuentra delante de tus ojos; y no dejarlo todo al caos y la destrucción, a la barbarie y la animalidad, al descontrol y la improvisación.
De res pubica: la estética del jardín culto
El segundo es de carácter sensorial. En cuanto al sexo, el hombre sigue siendo un animal, y como tal, se guía por los sentidos e instintos más primarios. De entre ellos destaca el olfato, sentido predilecto de la seducción amorosa; y el olfato se ve atraído por unas partículas (llamadas feromonas), que el cuerpo segrega y almacena... ¿sabéis dónde? Donde tenemos el pelo más rizadito. Así que no pelo=no feromonas. Le quitáis toda la gracia.
Luego entra en juego la parte del gusto. Hay buenos gustos y malos gustos, que ya hemos explicado en otra parte. El gusto por cortarse los pelos de la p... o del c... tiene su origen en e mito urbano del hombre aséptico. Se ha argumentado en algún lado que es desagradable encontrarse un pelito en la boca cuando uno practica el sexo oral. ¡Un pelito! El lector inteligente note la incongruencia de que a alguien le moleste un pelito, ¡un pelito simpático y tirabuzonesco!, cuando lo que está haciendo es meterse en la boca un miembro salchichesco de quince centímetros o más, o metiendo la lengua en uno de las cavidades humanas que segrega más mucosa biológica. Si a alguien le parece desagradable lo del pelito, es que ha perdido la perspectiva (lo cual, por otro lado, es comprensible dada la cercanía con el objeto contemplado).
Por otro lado, la depilación es el segundo paso de la dialéctica hegeliana. En el primer nivel (la tesis) está el ser humano bruto, lo que podríamos llamar el jardín inculto. Este individuo, que aún no ha desarrollado una capacidad crítica o estética, deja crecer sus pelitos a voleo, a la buena de dios. Generalmente su pubis parece un manojo de algas recién sacadas de la mar salada. No es un asunto de frondosidad, es dejar a la naturaleza invadir un terreno que no le pertenece. Por suerte, mucha gente pasa por encima de este estadio genéticamente, sin necesidad de ejercer la fuerza violentadora de la mano del hombre.
Mucha gente alcanza este nivel ex nihilo, es decir, sin necesidad de hacer nada. De hecho, excepto osos peludos, lo normal es llegar aquí uno solo, porque la naturaleza es sabia y nos da a cada cual según nuestras necesidades. En casos de frondosidad extrema, siempre hay que recordar la siguiente máxima: ¡tijeras sí, cuchillas no!
Para acabar, un último argumento gráfico: principio de autoridad. Madonna lo llevaba arbóreo, y nadie puede decir que no a Madonna.
Despedida
De todos modos, no se nos vea como extremistas en nuestras posturas. Ambos somos perfectamente capaces de obviar el decorado... para centrarnos en el contenido. Es sólo que, posiblemente, nuestro gusto en este tema ya no sólo indica simplemente qué es lo que preferimos, sino que pone de manifiesto un poco cómo somos. Además, seamos sinceros. ¿Quién no se ha dado alguna vez un tijeretazo después de negarse categóricamente a hacerlo?
Para terminar, os pedimos vuestra opinión. ¿Qué opción filosófica preferís?